Domingo 28, Maio 2023
HomePolíticaFraga, ese home. Entre o fascismo e o liberalismo conservador (Parte 2)

Fraga, ese home. Entre o fascismo e o liberalismo conservador (Parte 2)

Moitas son as fontes do pensamento de Fraga Iribarne. Do pensador alemán Carl Schmitt, filósofo do dereito e ideólogo nazi, subscribe aquilo de que “o poder é necesario como elemento básico da arquitectura social”. En definitiva, tal como o sintetiza na súa tese de doutoramento Xosé Rúas, pódese clasificar o pensamento político-ideolóxico de Fraga entre o conservadorismo autoritario e o neoconservadorismo, a democracia cristiá e o populismo. Publicamos a continuación a segunda parte do documento.

Na década dos 40, Fraga consideraba que España xa era un país liberal polo feito de ser “esencialmente católico” e monárquico. Daquela asegurou que o franquismo restaurara a orde e a autoridade que romperan coa súa “desenfrenada demagogia” os republicanos. O Fuero de los Españoles era para el un compendio de liberdades. Apostilla que en 1936 “surgió la idea de reforzar al poder ejecutivo y poner de momento coto a las luchas de los partidos (…) Disueltos todos los existentes e integrado el Frente Nacional (…) la vuelta progresiva a la normalidad fue permitiendo diversos ensayos de encauzar de nuevo la representación popular de forma adecuada”. Admira a Hobbes pola súa defensa dunha orde social estable, e sente fascinación polo autor do Leviatán, compartindo unha moi escasa confianza nas cualidades da súa natureza racional, así como un certo pesimismo antropolóxico sobre a natureza social do home, xustificando por exemplo a pena de morte: “vivir con los demás, convivir, coexistir, implica la existencia de un orden que asegure aquel mínimo de condiciones que a lo largo de la historia consisten en la existencia de instituciones, algunas durísimas como la terriblemente difícil de explicar, y a pesar de todo necesaria, que es la pena de muerte, en virtud de las cuales esté garantizado ese mínimo de orden asegurado” (conferencia no Teatro Principal de Huesca o 19 de maio de 1959). De aí a obsesión do vilalbés pola orde e a autoridade. É na orde onde a liberdade atopa o seu límite. Mesmo xustifica nas Cortes as bondades da Lei de Prensa do 66 aludindo a que esa lei “se inscribe en la idea de libertad compatible con el orden, porque como decía Franco en el veinticinco aniversario del periódico Arriba, en el desorden naufragan todas las libertades (…) no se tolerará el monopolio y habrá formas de control suficiente para cualquier libertinaje”. Descalifica a Rousseau, malia que conciba a liberdade baixo a forza da lei, gabando en cambio ó antirromántico Samuel Johnson, que se manifestou en contra do bo salvaxe. Converxe así mesmo cos pensadores que falan da crise, da decadencia ou declinación das liberdades.

[quote style=”boxed” float=”left”] Nunca dixeriu a preferencia rexia por Adolfo Suárez [/quote]Enterrado o dictador, Fraga e os seus temen quedar marxinados. Forzan entón a máquina para facerse presentes. Fano, inutilmente, emulando os discursos do medo, empezando por identificar cambio e inseguridade: “la sensación de inseguridad propia del cambio tiende a hacer predominar, en medio de una época de magnicidios y de movimientos terroristas, la preocupación por la seguridad a cualquier precio”. Xa na transición, o daquela líder de Alianza Popular defende no Parlamento que en tempos difíciles como ese non é posible darlles cumprimento a tódalas liberdades, aludindo en contra dos gobernos de Suárez e de Calvo Sotelo a unha suposta crise de autoridade que estaría dando pé a unha situación de alarma xeral. Esa crise mesmo a transcribe como “un desmadre xeral en espectáculos e festas”. Son numerosas as súas proclamas neste sentido. “Hay en España un evidente vacío de poder, una crisis de autoridad, y ese es el resultado de una serie de gobiernos débiles, indudablemente también de una crisis del partido que los ha sostenido”. A esas alturas aínda non dera dixerido as preferencias rexias por Adolfo Suárez.

En realidade, ata que o PP se instala na Moncloa en 1996, Fraga non deixará de ter na súa recámara a mesma argumentación sobre a crise de autoridade, o exceso de liberdade e a escasa seguridade. “Parece llegado el momento de que esta Cámara se ocupe en serio del problema del orden público y su defensa de España. Parece que es hora de poner coto al desorden e inseguridad”, afirmaba en 1977. A autoridade e a seguridade dimanan para el do ministerio da policía: “La normalidad supone un mínimo de tranquilidad, de seguridad, como también de una moralidad pública, y de salubridad, que constituyen la base tradicional del orden público y de la función de policía, que eran las viejas competencias del Ministerio de la Gobernación y siguen siéndolo del de Interior” (1978). Entra mesmo en terreo movedizo: “Es estrictamente necesario que todos respaldemos las fuerzas de orden público, pero no he dicho en ningún momento, ni he pretendido, que los males que tenemos en este y en otros terrenos dependan de la democracia (…), pero hay que decir que la democracia no puede servir de excusa para no gobernar” (1979). O que di no Congreso tres anos máis tarde ten tamén o seu miolo na preposición adversativa que introduce: “La función básica del Estado es crear las condiciones para el ejercicio pacífico de las libertades, pero recordemos que en este momento esa situación no es una situación cualquiera en la que baste recordar el laudable propósito de hacer cumplir la Constitución y la ley”. A seguridade é para el a liberdade de liberdades.

A importancia das forzas de orde público

A garantía desa seguridade está nas forzas de orde pública, policía, garda civil e o mesmo exército. “Parece llegado el momento de que esta Cámara se ocupe en serio del problema del orden público y su defensa de España. Parece que es llegado el momento de poner coto al desorden e inseguridad, que ya está bien de hacer demagogia sobre las Fuerzas que tienen la sagrada misión de defender el orden de todos; parece que ya basta de desarmar a un Estado y de desmoralizar a sus servidores, de amnistiar a vulgares criminales que matan por dinero, de esperar que nuestras debilidades vayan a detener a los terroristas de ETA”, afirmou o 23 de decembro de 1977. Esa centralidade das forzas armadas na vida cotiá do Estado é a que o leva a defender sen éxito unha emenda no debate constituínte para que a función da orde pública fose unha función exclusiva do Estado. A desconfianza na democracia constitucional é a que o leva a sobredimensionar os valores de seguridade, orde, forzas armadas e patria nos primeiros anos da Transición. Iso e a crenza de que desa maneira se podería converter no referente necesario para o sector máis inmobilista, e por riba armado, da sociedade española de entón. “Rendimos nuestro más claro y firme homenaje sin reservas ni distinciones a nuestras fuerzas armadas en cuanto tales, columna vertebral del Estado y último garante de su paz”. Chega a máis. Suxire abertamente a participación do exército para acabar co terrorismo: “hay que tomarlo en serio, y eso quiere decir utilizar todos los medios disponibles, como ahora mismo se ha hecho en Italia; recurriendo al mismo Ejército”(1979). Tres anos máis tarde volve incidir no mesmo: “el terrorismo es sobre todo lucha contra España (…) Hemos dicho y lo repetimos que esa guerra, como todas las guerras, lo que hay que hacer es ganarla por todos los medios, y la única forma que se conoce de ganar una guerra es que un bando tenga la voluntad y la decisión de hacerle más bajas al otro hasta ponerle fuera de combate”. E xustifícao cunha aseveración aínda máis contundente: lo primero es salvar España y su unidad contra sus enemigos, y cuando se trata de salvar a la Patria, esta es la suprema y aún la única ley”, por riba, xa que logo, da Constitución. Cando o acusan de estar lexitimando e incentivando a guerra sucia contra ETA, responde: “es el terrorismo quien la hace, la más sucia de todas (…) No se puede hablar de guerra sucia cuando de lo que se trata es del ejercicio más natural, del más elemental de los derechos, que es el derecho de legítima defensa que tiene toda persona y toda sociedad. Este es el derecho que pedimos que se ejerza en nombre de todo el pueblo de España”, esixindo de paso que o Goberno socialista ilegalice Herri Batasuna.

Os tres milladoiros do ideario falanxista, Deus, Patria e Familia, perduran no discurso e no pensamento político de Manuel Fraga.”Ser bo español é ser bo cristián”, dixo, e fala do feito relixioso como un feito social. É por iso partidario de que o ordenamento xurídico recoñeza o peso da Igrexa como feito público, admitindo a súa colaboración co Estado. Nun debate suscitado a propósito dos acordos con Roma, setembro de 1979, di: “Cuando se habla de religión no se habla de una materia complementaria, se habla de que para muchos de los españoles los problemas de toda su vida y también los de su muerte son problemas que afectan de un modo profundo a su ser, y por eso piden al Estado que en su legislación los tenga en cuenta”. Explícao aludindo a que, tanto histórica como socioloxicamente, en España “la cultura es cristiana y específicamente católica, y no puede entenderse nuestra sociedad, su sentido moral, su entendimiento de la familia, sus valores entendidos y aceptados, sin una referencia cristiana”.

[quote style=”boxed” float=”left”] Tampouco ten sentido para el o sexo fóra do matrimonio, despotricando contra a ponografía[/quote]Amósase contrario ó divorcio: “el que quiera contraer matrimonio religioso, que lo pueda hacer con arreglo a la ley, y entiendo que el que así lo hace se atiene a las reglas del juego”. Crendo que a estabilidade do matrimonio implica a estabilidade da orde pública, Fraga pensa que o divorcio só pode contraer desestabilización pública e familiar. A familia, en definitiva, “es uno de los frentes en los que hoy se juega nada menos que el futuro de España”. Para corroborar a súa santa intransixencia ó respecto, amais de pedir unha protección especial do matrimonio relixioso fronte ó civil, chegou a cualificar como unha “debilidade” ós fillos nacidos fóra do matrimonio. Como tampouco ten sentido para el o sexo fóra do matrimonio, despotricando contra a manipulación xenética, o consumismo sexual moderno e a pornografía. E porque España é esencialmente católica, xustifica e reclama, pese ó carácter aconfesional da Constitución, un tratamento especial para a Igrexa católica e para a súa relixión no debate sobre o proxecto de lei de liberdade relixiosa. “Al decirlo así, ni somos más papistas que el Papa, ni hacemos otra cosa más que, al defender estos principios, defender España”. A familia –asegura- “es imprescindible para asegurar no sólo la continuidad, sino la misma estabilidad y existencia de la comunidad, y del mismo sentido de la Nación”.

O pesimismo ontolóxico dos conservadores

Na súa etapa como presidente da Xunta, articula un discurso continuista, marcadamente pesimista. Xa durante o debate de investidura alertou novamente sobre que “a transición política, social e cultural do noso país explica en parte algunhas das dúbidas da nosa sociedade, cada día máis cansa de inseguridade, da arrogancia do diñeiro improvisado, da falta de respecto ós valores familiares”. Reiterará en numerosas ocasións a necesidade da “posta en práctica dunha política demográfica e de protección á familia”, que nunca tivo maiores consecuencias.

Fraga acepta durante o franquismo o concepto de reforma, aínda que con matices, e rexeita frontalmente o de ruptura, termo que xa en plena transición segue comparando con anarquía, desorde e caos. Morto Franco, insiste: “Estoy por el movimiento y por la reforma, no por la ruptura y por el caos sin destino definido. Por la planeada aceptación del cambio, no por la revolución permanente”. Amósase continuísta e pouco amigo de consensos e de pactos como os da Moncloa, por consideralos pasteleros, ou sexa, desactivadores dunha política con autoritas, necesaria segundo el para encarreirar o país con man dura neses tempos de transición..

Amosará certos receos en asumir a democracia sen condicións, ata o punto de provocar disensións internas dentro de AP na pugna entre os partidarios e os detractores da Constitución, e máis tarde a propósito da aprobación dos estatutos de Cataluña e Euskadi, que o forzaron a distanciarse do partido durante unha tempada. Aproveita calquera situación crítica, como a crise económica dos últimos anos setenta, para vencellala causalmente á democracia. Detrás do seu intento por identificar a UCD de Suárez coas causas que xeraron un suposto estado xeral de inestabilidade, estaría o seu interés en facer que a xente entendera que todo ía ligado ó nacemento da democracia en España. Acusárao diso Miquel Roca ó entender que Fraga maquinaba desa maneira para “decir que los españoles no sabemos vivir en democracia”. Viuse obrigado a aceptar, inda que con matices, a lei de Reforma Política, pero rexeitou a inclusión dos comunistas no xogo democrático (“no los quiero en mi país”, concluíra), no que os bloques de futuro serían –dixo textualmente- “los conservadores surgidos del antiguo régimen, pero con espíritu de evolución, y los socialistas” (El País, 3 de xullo de 1976).

Os xestos políticos de Fraga tradúcense nun rexeitamento das primeiras leis e proxectos preconstitucionais, argumentando a súa ilegalidade respecto da normativa franquista que non fora derrogada e, segundo el, aínda en vigor. Amosa a súa desconfianza nos preámbulos constitucionais e acaba dándolle un si condicionado á Constitución. Previamente abstivérase ou votara en contra de algúns dos seus capítulos, en concreto o VIII e o X, temeroso de que as autonomías ás que se abría acabasen constituíndo un perigo seguro para a unidade de España.

O seu apego ó pasado, que funciona nel como mecanismo de conexión ideolóxica, e ó tempo como estratexia para inculcar no ambiente político a necesidade de facer a transición contando cos franquistas evolucionados ou reformados, foi o seu talón de Aquiles, no que a esquerda escarvou unha e outra vez para atacalo. Véndose acurralado, tira pola rúa do medio, e proclámase habitante do espacio político de centro.Pero non lle é fácil deseñar e conformar as bases que identifiquen ese partido que, sendo herdeiro e continuador do réxime franquista, asuma presupostos de reforma o suficientemente concretos e novidosos como para distanciarse da dereita dura e de talante preconstitucional ou incluso aconstitucional. Vaino facer por deducción: rexeitando o que son e representan os partidos de esquerda, que el coida moito en denominar marxistas a secas. Dixo que afrontaban o IV congreso de AP, en 1981, “para promover con maior fuerza la integración de cuantos desean una España ni roja ni rota”. Pero será fronte a Felipe González cando, por buscar desesperadamente ese espacio sociolóxico e electoral de centro-dereita, négalle a súa condición de socialdemócrata e á vez autoaprópiase para o seu partido da marca liberal. O líder socialista e presidente do Goberno responderalle desta maneira: “El juicio se lo dejo a las personas que dicen detentar la representación del espíritu o de la organización liberal de España”. E cando Fernández Marugán se refire no Congreso a AP como a dereita conservadora, Fraga replicaralle que esa formación está integrada por “liberal-conservadores, por democristianos, por liberales y por otras personas que no necesitan que nadie les llame por su nombre, porque lo tienen muy ilustre”.

[quote style=”boxed” float=”left”] Vostedes veñen aquí –replícalle Beiras- a usurpar institucións autonómicas para travestilas, mesmo en algo que é a antítese daquelo polo que loitaron Castelao e toda a xente que morreu no exilio [/quote]As orixes da súa ideoloxía atopámolas en pensadores que Fraga usa e desusa segundo as circunstancias políticas do momento. Bebe do conservadorismo inglés (Coleridge, Burke) o respecto pola tradición, o sentido orgánico da sociedade, o sentido dunha orde social da historia. Bebe dos conservadores franceses Maistre e Bonald, que o mesmo ca el pensan que a república está condenada ó fracaso e que só a monarquía pode ofrecer seguridade política, apoiándose na idea de que a orde social natural é histórica e tradicional, ó tempo que o individualismo e a democracia son enfermidades que levan á anarquía. De Kant recolle só o que lle interesa: a dialéctica entre autoridade e liberdade, sen entrar na doutrina da liberdade individual, na da necesaria separación entre relixión e política e a da autodeterminación dos pobos. Admira a Jovellanos –polo seu patriotismo español, a súa relixiosidade e o seu talante reformista- e declárase debedor de Cánovas del Castillo –porque “busca la libertad posible, concreta, a la anglosajona, y no la absoluta y utópica de la izquierda”. Así mesmo referendou a súa fidelidade a Maquiavelo, Bodino, Hobbes, Tocqueville e Donoso Cortés, todo en liña cos grandes pesimistas –Fraga ten reiterado que ningún moralista ou historiador que se prece poderá renunciar a certa dose de pesimismo como método contra o progresismo e o optimismo racionalista-. Do pensador alemán Carl Schmitt subscribe aquilo de que “o poder é necesario como elemento básico da arquitectura social”. En definitiva, tal como o sintetiza na súa tese de doutoramento Xosé Rúas, pódese clasificar o pensamento político-ideolóxico de Fraga entre o conservadorismo autoritario e o neoconservadorismo, a democracia cristiá e o populismo.

Nos anos 80 tenta espertar no electorado español unha conciencia conservadora, polo que rexeita o concepto de cambio e antepón o pragmático ó ideolóxico, reiterando desde entón que “las ideologías son de izquierdas y sólo crean utopías”. Maquiavelo foi daquela o seu mellor mestre no exercicio da política. Militou nese pragmatismo radicalizado mentres conservou a esperanza do poder en España. A derrota foi a súa máis eficaz menciña. Xa en Galicia, cambia de discurso. Asume que entra en idade de xubilación política, e déixase ir polo camiño do populismo e da emoción. Fronte ó que dixera Cánovas del Castillo sobre a política como arte do posible, Fraga argumenta que non ten por qué ser forzosamente así, pois “pode e debe ser tamén a arte do imposible para poder cambiar o mundo”. Sen pretendelo, está cumprindo en Galicia o lema do revolucionario maio do 68: sede realistas, reclamade o imposible. Muda de soportes teóricos, e busca lexitimarse nos discursos dos galeguistas ós que el deostara e maltratara de palabra e poder. A oposición parlamentaria acúsao de apropiarse de Brañas, de Castelao ou de Ramón Piñeiro, pero el négao, e retorce as citas precisamente para botarllas na cara de socialistas e nacionalistas, ós que comina a abrazar o galeguismo por riba de ideoloxías. Convirte ós históricos personaxes en reformistas, e utilízaos mesmo para xustificar unha lei electoral e un regulamento da Cámara que vai directamente contra aqueles que se consideran os seus herdeiros no galeguismo político e cultural. “Vostedes veñen aquí –replícalle Beiras- a usurpar institucións autonómicas para travestilas, mesmo en algo que é a antítese daquelo polo que loitaron Castelao e toda a xente que morreu no exilio ou neste mesmo país, e xa non digo os que morreron nos fosos (…) e veñen como os parásitos, a chupar nos cadáveres. Son necrófilos. Fixérono con Castelao e fano agora con quen se lles poña por diante” (1992).