por Xurxo Borrazás ilustración Daniel Pino
Las enciclopedias no nos dijeron cuantos minutos se cocina un huevo, como se reemplazan los halogenos por lamparas led, que es la cancion que solo recordamos estrofa y media, donde podemos comprar una taza igual a la que nos falto el zoupon del son -en la ley o cuánto tiempo lo hacen a media hora de aquí. El buscador nos habla y completa nuestras frases, nos proporciona los discos con los que soñábamos de adolescentes, ofrece porno, vídeos restaurados de la Belle Epoque o la Primera Guerra Mundial, libros para millones, museos con obras ampliables hasta los poros, mapas en el que vemos el número de cada casa. El texto de la Carta Magna convive jerárquicamente con un método indoloro para arrancarse los pelos de la nariz, la caída del Imperio Romano con los vídeos de gatos.
Cuando la ecuación pedestre es destronada, el trono lo ocupa el algoritmo mágico que yerra con frecuencia y no es matemáticamente demostrable pero funciona, es maleable y da retornos en el plano social, político y económico.
Esto no solo cambia la forma de acceder a la información, cambia el concepto de lo que es el conocimiento y su estatus. El conocimiento ha dejado de ser algo que se adquiere para ser algo que se consulta. El conocimiento no se conserva, se circula y se renueva. El conocimiento no es sólo lo que tiene valor universal o merece ser transmitido, también es anecdótico. Se mezcla la filosofía con la publicidad y todo se enmarca en la fragilidad y el pánico de que cualquier problema técnico lo borre todo.
Quien posee únicamente conocimientos tradicionales es tratado, en el mejor de los casos, como un extranjero y, en el peor, como una persona analfabeta.
Cartografía
¿Recordáis el relato de Borges de un imperio en el que el Colegio de Cartógrafos elabora mapas cada vez más extensos hasta que decide llevar el proyecto a sus últimas consecuencias, un mapa a escala 1:1 que coincide exactamente con el propio imperio? Seguro que cuando lo leíste te pareció fantástico, cuando en realidad era profético.
La transformación de cada elemento de la realidad en datos y metadatos medibles y procesables, base de una realidad virtual y transparente, es un hecho en el feliz mundo de los algoritmos. Nada es lo que parece, pero todo se parece cada vez más a lo que en realidad no es. La consecuencia es que en lo social, económico, político, informativo, emocional, ambiental, etc., tenemos la duda de si nos movemos en el mapa o en el territorio. Si lo tenemos claro, estamos en el mapa, en manos del Colegio Imperial de Cartógrafos.
El relato de Borges termina con optimismo. “Las siguientes generaciones entendieron que este Mapa dilatado era inútil y no sin piedad lo entregaron a las inclemencias del Sol y los Inviernos. En los desiertos de Occidente quedan las ruinas del Mapa, habitadas por Animales y Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas”.
Si en esta era de conectividad universal en la que los simulacros se combinan y legitiman autorreferencialmente, nosotros y los que nos rodean actuamos como si eso fuera lo único que existe, ¿qué sentido tiene hablar de realidad y simulacro? Todo sentido. Lo entendemos cuando un pájaro caga en el cristal transparente que nos separa de la realidad clásica. Si no lo limpiamos, la mierda seguirá ahí y con el tiempo vendrán más mierdas que nos harán más cuerdas.
La idea de Borges está tomada de Lewis Carroll en Sylvie and Bruno , donde se dibujan mapas cada vez más grandes hasta llegar a la idea fabulosa, un mapa del país en una escala de una milla por milla. “¿Y lo usaste mucho?” pregunta un personaje. “Nunca lo hemos implementado todavía… ¡los agricultores se oponen diciendo que cubriría todo el país y cubriría la luz del sol! Así que ahora usamos el propio país como mapa, y les aseguro que funciona igual de bien”.
No sería una mala idea. No hablo del siglo XIX sino del XX.
A un clic
La investigación actual renuncia a la precisión y se ajusta a la eficacia. Cuando la ecuación pedestre es destronada, el trono lo ocupa el algoritmo mágico que yerra con frecuencia y no es matemáticamente demostrable pero funciona, es maleable y da retornos en el plano social, político y económico.
Se habla de minería de datos . En ninguna actividad minera, por ejemplo la extracción de oro, se puede esperar que todo lo que se extraiga sea oro, se cuenta con la escoria. Muchos de los datos que nos arrebata el algoritmo pueden ser basura, pero mira las ganancias multimillonarias de las corporaciones y verás que algunos son oro puro. Wall Street trabaja con millonésimas de segundo para ganar fracciones de centavo: guijarro a guijarro.
Esta renuncia a la precisión objetiva en favor de la eficacia contingente es un desprecio por la ciencia, un retorno milenario a la frase que Platón pone en boca de Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas”.
Entre los problemas de ese axioma no es menor el de suponer que todos los humanos vemos las cosas de la misma manera. Descompone lo que son las cosas a favor de cómo las vemos. Sigamos con Protágoras. En las Leyes escribe: “Las cosas justas no son por naturaleza, pero la gente continuamente se pelea entre sí y las altera a menudo, y los que alteran son los que dominan”. Reemplace “cosas justas” con algoritmo, y ya está: los algoritmos funcionan cuando el diseñador maneja el joystick.
Aprovechemos Protágoras: “No hay sujeto que no se pueda ver desde dos ángulos distintos”. Ahora todas las maravillas están a solo un clic de distancia , tan cierto como nuestra ruina está a solo un clic de distancia. Usted debe saber.